Dicen que el cerebro humano, cuando llega la hora de la muerte, segrega sustancias muy placenteras que nos facilitan el viaje. Drogas naturales consuelo para la masacre.
Un día creí que se había escapado y casí me da un infarto. Lo busqué en el edificio de al lado de casa por cada esquina, por cada hueco y no logré encontrarlo. Horas más tarde al abrir mi armario lo encontré echando la siesta entre la ropa.
Le encanta el atún, a veces compartimos bocata y cerveza.
Querida Catrina, creo que esta vez te has pasado. ¿Te parece bonito ponerte mi collar favorito y la boa morada sin pedirme permiso?. A propósito, el abrigo de tu amiga también me suena...